CHALO AGNELLI, VIVENCIAS DE UN GRAN MAESTRO!

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«Este es un anticipo de una larga charla con una de las personalidades quilmeñas, que ha logrado a través de su vida, convertirse en un ser respetado por su saber, y sobre todo, por su don de gente. Comparto con ustedes algunos de los temas abordados con mi amigo Chalo.»

¿Cómo fue tu infancia,  cómo te divertías y qué juegos te gustaban más?

Mi infancia fue muy rica en experiencias pues vivía rodeado de adultos que enriquecieron con sus vidas la mía. Además de mis padres, mis abuelos, mis hermanos, mis tías. Por ser el más chico fui un poco el juguete de ellos y, como mi madre trabajaba, yo estaba al cuidado de ellos y era presa de sus salidas. Con cada uno de ellos tengo historias. Sobre todo de mi hermano Alfredo, que tenía algunos problemas de salud y lo tenían contralado de modo que vencía las restricciones justificándose con: “pero llevo a Chalo conmigo”. Haciendo creer a mis padres que si iba yo, él tomaría los recaudos necesarios. Cosa que muchas veces no ocurría. Además vivía en una casa grande con un amplio jardín al frente y otro detrás, seguido de una huerta y a la izquierda había una plantación de árboles frutales, sobre todo cítricos que en primavera llenaban el aire con el perfume de los azahares que se metía en las habitaciones sin tregua. Ese lugar era mi lugar de juegos, de “aventuras”. No salía a la calle pues todavía esa zona de La Colonia, que hoy es parte del centro de Quilmes, era de calles lodosas, con zanjas (en las que me caí un par de veces) Mi compañero de juegos en mi primera infancia fue Ricardito, que vivía en una casa lindera y jugábamos a través del ligustro con pequeños autitos de plomo. Hay un cuento que escribí hace muchos años, está en un libro mío que se titula “Rumor de la Ribera”, donde narro mi experiencia con ese muchachito, mi primer compañero de juegos, quien se fue muy pronto del barrio tras una inundación grande que hubo en todo Quilmes y su casa de anegó. Él permaneció dos días viviendo con nosotros hasta que sus padres pudieron recuperar sus cosas e irse del lugar. Compartíamos mi habitación y no nos alcanzaban las horas para realizar todas las ocurrencias que se me venían a la cabeza. Siempre tuve mucha iniciativa y facilidad para organizar juegos. Con mis sobrinos mayores, con los cuales tengo una diferencia de edad de 5 ó 6 años, hacíamos teatro de títeres (mi viejo me había hecho un retablo) organizábamos quermeses a los que invitábamos a primos y los chicos del barrio. Con vecinos amigos creamos un día un club, el “Roy Roger Club”, por una historieta de las “revistas mexicanas” que eran boom en esa época y devorábamos con avidez. Estaba en la casa de Rubén Ithursarry, su papá era enfermero de la cervecería y, por supuesto, de mi familia toda. Todavía no había televisión o no teníamos en mi casa. Esos primeros 11 años de mi vida fueron maravillosos. Me llenaron de mucha imaginación, sensibilidad y pasión por las cosas simples. Tengo muchas anécdota que no podrían reducirse a una respuesta.

¿Cuáles eran tus juegos y pasatiempos? Los juegos de mi primera infancia fuero más bien solitarios. Tenía un fuerte de madera que me había hecho mi padre (su afición fuera de lo laboral era la carpintería) con mangrullo y puente levadizo, soldaditos de plomo, algunos con uniformes británicos que me había traído mi tía Gilda de Inglaterra, en una hermosa caja que conservé hasta no hace muchos años atrás. También jugaba con un Mecano y “Mis ladrillos”, que en ese entonces tenía piezas de goma. Me gustaba mucho construir. Pero mi afición después de los 4 años fue la lectura. Los míos, leían mucho todos, de modo que la influencia fue inevitable, pero a mí me agarró con más pasión. Ya a los 5 tuve lecto-escritura con la ayuda de mi abuela Mena. Esto ya lo conté en otra oportunidad. Teníamos en el vestíbulo un alto armario-biblioteca empotrado, repleto de libros y con puertas, que para protección de los mismos permanecía cerrada con llave. Como te dije, que me gustaba construir, solía sacar los libros de tapas duras y hacer torres. Como era un atento escucha y me gustaba que me leyesen, tanto mi hermano, mi hermana Nidia, mi tía Laura o mi abuela,

reconocía el sonido de las letras. Un día tomé un volumen grandote de tapas duras, rojo, con las letras doradas en bajo relieve; era el “Don Quijote de La Mancha” y con el dedo fui siguiendo la forma de cada letra y le pregunté a mi abuela, que pasaba, si esa era la “D”, si esta era la “o”… y fui, con esas letras incorporadas, armando palabras breves. Así llegué a la lecto-escritura, intuitivamente, en lo que por los años ’70 fue el método constructivista de “Emilia Ferreiro” que apliqué siendo maestro de los primeros grados y de adultos. Quizá no soy muy preciso pues pensá, que me tengo que remontar a 70 años atrás.

La lectura fue y es aún mi afición principal. Tuvo sus picos de mayor entrega en la adolescencia y luego fue declinando y se remontó nuevamente, ya en la madurez. Hoy estoy leyendo mucho de lo que ya leí. Mis autores que me atraparon para siempre.

Pero volviendo al tema principal, ya más grande, no tengo mucho que agregar a lo que conté de mis juegos con Ricardito el club Roy Roger, el teatro con mis sobrinos, el verano la pileta del parque de la Cervecería donde aprendí a nadar de la mano del enfermero (y guardavidas ocasional en ese parque) don Raúl Ithursarry que ya nombré. Más que de la mano del empujón que me dio arrojándome a la pileta, pues no me atrevía a hacerlo solo, y así por auto-supervivencia aprendí a nadar. Tenía 7 u 8 años. También mi madre nos llevaba al Club Alsina donde nos enseñaban danzas folklórica, pero era muy pata dura y sobre todo no tenía (ni tengo) coordinación y cuando había que girar a la derecho lo hacía hacia la izquierda y el profe se ponía furioso. Pero repito mi pasatiempo principal fue y es la lectura, de todo tipo.

Contame ¿Cómo era la vida en La Colonia y qué nombres, luego ilustres, vivían en el barrio?

Me tengo que remontar al pasado, hurgar en la memoria y, conste que lo estoy haciendo sin recurrir a algún material de mi archivo.

En 1968 escribí una nota que se titulaba “Cuando se acabó el pueblo”. Creo que se publicó en “Enfoques”, un periódico de corta vida propiedad de don Tomás Giráldez (también está en el blog El Quilmero) Esa nota se retrotraía a 1963, cuando tuve la sensación dérmica (¡otra sensación dérmica!) que Quilmes ya no sería más un pueblo al sur de la gran metrópolis. Hubo cambios estentóreos en mi familia, en el mundo y por ende en Quilmes, que era y es mi lugar en el mundo (“no nos une el amor sino el espanto será por eso que la quiero tanto…”) y, La Colonia guardaba, aún, algo del pueblo perdido. Porque era una barriada que creció inusitadamente con la Cervecería, la llegada de la inmigración, principalmente de don Santiago Valerga y todo se estaba acomodando haciéndole gambeta al inevitable progreso. Hasta 1960 había muchas calles sin asfaltar, hacía poco que se tendió la red de gas natural (nosotros teníamos cocina económica y heladera a hielo) y de teléfonos. Al oeste de la calle Andrés Baranda, cruzada por el tranvía 22 (hasta 1962), aún se conservaban chacras y quintas. Mi padre le había comprado a mi hermana Stella un petiso, se llamaba

Pinocho, e íbamos, yo en la grupa, a recorrer esas calles bordeadas de zanjas y pastizales.

El delivery ya existía: el pan lo llevaba a domicilio la Panificadora; el café, Bonafide; el pescado, Tornadore con un carro-carretilla sin caballo, arrastrado por él mismo; las papas y el carbón, Gago; don Pascual limpiaba las zanjas (en las que me caí un par de veces); prácticamente no había que salir de casa. Mi madre hacía las compras grandes en la Proveeduría de Obreros Cerveceros (el primer supermercado d Quilmes) que estaba en Gran Canaria y Córdoba (hoy Presidente Perón).

En mi cuadra había pocas familias, pues recién se habían empezado a lotear los terrenos linderos. Cuando se hizo, llegaron familias de La Boca, calabreses en su mayoría, cuyos hijos luego fueron mis amigos barriales. Las casas eran tipo chorizo de modo que la vida de esas familias se hacía en las galerías, de frente a la calle, a la vista de todos sin prurito alguno. Otros rincones de La Colonia se poblaron por sirios-libaneses, más al sudoeste por polacos. Entre las familias más viejas estaban los Gandolfo, los Calzetta, los Ruesta, los Andragnez, los Dolabjian, los Anache, los Zacarias, los Kaploean, los Ferrari, los Molina, los Fornaroli, los Yori, los Cairo, los Cabeza, los Giordano, entre esta última familia: Lila, que fue directora de la Escuela N° 1 durante 18 años, su hermano Víctor un periodista de fuste editorialista del diario el Sol durante muchos años, hasta su muerte en 1981, Gilda Giordano de Silva Rey, también maestra y activa integrante, con su marido, de la comisión del Club Alsina donde concurrían muchos vecinos. Mi madre me envió a folklore allí como te conté antes. Los Abbatantuono, uno de ellos Francisco creador y director de la orquesta típica de Francisquín que tenía como ‘chanssoniere’, desde los 17 años, a Héctor Tiscornia, quien fue el tercer marido de mi madre. Héctor había nacido en la esquina de Baranda y Pellegrini, en lo que se conoció como la Curva de Lemos. Esa esquina fue el punto nodal de la cultura, el arte y el deporte que gestó ese barrio. Allí vivieron Aldo Severi, Vicente Zito, Daniel Binelli y el Dr. Rodolfo Binelli, José Ramos Delgado (también nacido en un inquilinato que había en Baranda y Pellegrini); sonaban los acordes tangueros de los Corrales, Cafiero, Tesei, Blanco, Dentaro, Pressón y su sexteto de bandoneones; el violín de Luis Vidal; Tito Mergassi y su piano (su padre fue el dueño del cine La Paz en Córdoba 314 e/Quintana y Baranda); no era extraño caminar por las calles que circundan el barrio y sentir el acompañamiento musical de esos bandoneones, pianos, guitarras, como las de los hermano Calona, de Rey, de Rudi; el teatro tuvo en Norberto Martín una figura consular en el barrio, fue quien en la casa de sus padres, en la calle Bernardo de Irigoyen, fundó el elenco Luz y Sombra, con varios vecinos amigos; elenco que llegará a ser Municipal; sigo con Francisco Fernández Melo, paisajista, pintor y boxeador, fue quien trazó y parquizó la plaza Aristóbulo del Valle; don José Jové, un tipo macanudo, con gran don de ubicuidad; Juan Correa, maestro de maestros de artistas plásticos; el tan querido Pedro Copea; don Enzo Babbicola; el poeta nochero Juan Arrestía; el pintor Ludovico Pérez vivió desde la niñez, primero en la esquina de Salta (actualmente Bombero Sánchez) y Baranda, luego pasaron a Pellegrini y B. de Irigoyen; José Santkaitis un obrero cervecero, inmigrante lituano, abrió la primera escuela de ballet de La Colonia y su hija Vera llegó a ser primera bailarina del Colón. Te nombré a Binelli y es un ejemplo, salió de La Colonia y llegó a hacer una brillante carrera en Alemania… y tantos, tantos más…

Es extensa la lista como para presentarla de una vez, con la actividad que desarrolló cada uno. En mi libro “La Colonia de Valerga, historia social del segundo barrio de Quilmes”, publicado por Tiempo Sur en 2010, aparecen muchas de estos vecinos ilustres, familias relevantes, gente que ahora que las recuerdo, aprecio lo importante que fueron en vida para una comunidad en desarrollo y sin embargo son ilustres olvidados. Mi vida, sus nombres, el barrio, quizás una sola cosa…

¿Qué cosas tiene que tener un buen docente?

Un docente tiene que sentir pasión por lo que hace. Ser veraz. ¡Saber de qué se trata! Debe saber. No ir a improvisar al aula. Tiene que estar preparado. Pero no caer en la soberbia de crear que uno lo sabe todo y el otro es una ignorante al que hay que salvar. Siempre se puede aprender mucho del otro. Y sobre todo amar al educando, al alumno. Sentir, inclaudicablemente, que el importante es el otro. Docente viene del latín, donare, dar. Además el educador debe cree en el futuro, sino ¿para qué enseñar? Va más allá de un trabajo, es la elección de una forma de vida que se asume desde la labor diaria y la alegría de hacer lo que elegimos ser.

¿Cómo y cuándo surge la necesidad de escribir?

– Creo que ni bien tuve la lectoescritura a los 5 años ya sentí la necesidad de escribir. En esa época no había tantos factores de distracción para los chicos como hoy en día. Si bien la cyber-tecnología también es un instrumento para adelantar la lectoescritura, lo veo en mis nietos. Cuando yo tenía 5 años no había televisión ni computadoras ni ‘tabletas’ ni wapsap ni todas esas cosas electrónicas que entusiasman tanto a los chicos y los adolescentes hoy en día, también a muchos adultos. Mi primer ejercicio de ‘escribidor’ fue un tanto plagiario (risas) Leía dos o tres veces un cuento, una historieta y luego trataba de escribirla con lo que recordaba, a veces modificaba situaciones, personajes y desenlaces. Fue algo natural. Después como a los 10 años comencé a escribir historias que a mí se me ocurrían, siempre imitando el entorno, lo que leía, lo que vivía, pero no le mostraba a nadie esas cosas, me daba vergüenza. Con mis sobrinas habíamos hecho un periódico quincenal, que escribíamos a mano, algunas notas en la Remington negra de alto cabezal de mi hermana mayor. Publicábamos chismes de la parentela y de la vecindad, cuentos que nosotros escribíamos, comentarios de la última película que habíamos ido a ver, con publicidades de los negocios del barrio. Éramos cinco cada uno tenía que hacer cinco ejemplares y se lo vendíamos a la familia y amigos. En esa época fue que empecé a escribir mi diario personal, lo frecuenté hasta no hace muchos años atrás. Tenía un dinamismo, un entusiasmo y un ingenio inusitados. Ahora que lo miro desde tan lejos me canso (risas)

GRACIAS enormes CHALO! Continuará…………..

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