Quién no recuerda las madrugadas de Corrientes. Sus librerías abiertas de par en par, con el Bar La Paz como testigo de charlas filosóficas, y carteles luminosos que alumbraban el pasar de miles de almas, soñadoras de un mundo mejor. Allá, por 1972 justamente sobre esa avenida, debutaba en el Teatro Lorange uno de los grupos más renovadores de la historia del rock argentino. Era el tiempo de Aquelarre.
Nacido sobre la base de dos ex Almendra, conformaron una suerte de sonido hegemónico y original, que se diferenció de inmediato del resto de las bandas. Emilio Del Guercio en bajo, Rodolfo García en batería, Héctor Starc en guitarra y Hugo González Neira en teclados, fueron los protagonistas. Nada de lo que se escuchó hasta ese entonces, tuvo su estilo particular, basado en una combinación jazz-rock, y en letras que transmitían imágenes y sensaciones.
La capacidad creativa era correspondida por el talento de sus integrantes.
Así, se destacaban en cada tema, los cambios rítmicos y el virtuosismo de cada músico. El año del debut fue prolífico en cuanto a grabaciones, ya que fueron dos los trabajos elaborados. Ya con el primero, denominado «Aquelarre» demostraron que no solo se destacaban musicalmente, sino que además lograban captar rápidamente la atención del público rockero.
Poco tiempo después, lograron consolidarse con su segundo LP, «Candiles», pasando a ser uno de los grupos más importantes en el escenario nacional.
En 1973, graban «Brumas», un álbum en el que logran el equilibrio justo y la definición musical pretendida.
Sin valerse de excentricidades, peleas o especulación alguna, Aquelarre fue dejando su marca, a fuerza de creatividad. Ya en 1975, después de giras que incluyeron varias localidades del interior del país, sale su último trabajo discográfico «Siesta», que fue el último de la banda. Ese mismo año, emprenden viaje a España, con el fin de mostrar al grupo en el plano internacional.
Con suerte variada, y luego de dar presentaciones en varias salas, regresaron para dar su último Luna Park, en 1977. Por entonces, Carlos Cutaia reemplazó a Hugo González Neira en teclados.
Esa noche, luego de repasar casi todo su repertorio, dedicaron el último tema a otro grande: Pescado Rabioso, tocando «El monstruo de la laguna» (de L.A.Spinetta). Miles de papelitos volaron hasta lo más alto del Luna, para contemplar el adiós de Aquelarre, para decirle por siempre – y hasta cualquier momento – al sonido de la inspiración.
Posteriormente, un álbum en vivo fue una nueva muestra magistral de la banda, donde la emoción y la fuerza arrolladora de su música, dieron lugar a una obra de excepción: «Corazones del Lado del Fuego»
Ricardo Debeljuh: Todos los que vivimos su historia, y aún seguimos admirando su obra estamos formando parte de un grupo en facebook llamado Aquelarre: El Regreso… En eso estamos, en acompañar este sueño de volver a disfrutarlos.