Que un bar en pleno San Telmo, sea el escenario para charlar con un músico relacionado al folklore -la síntesis pide disculpas- nos parecía en principio un marco contrastante.
El tránsito pugna por ignorar la superficie adoquinada de las calles y ya nada tiene que envidiarle a lo que, desde barrios del sur, llamamos “el centro”. Solo un parque Lezama imponente lucha por darle un aire de domingo a la tarde ya frenética de las 5 del viernes.
Mientras en la puerta esperamos su llegada, Alejandro Dolina y su barra de trabajo, salen del bar donde el encuentro marcaba. Pronto Raúl Carnota sale a buscarnos.
Había entrado por otra puerta, pero luego de la charla, queda latente la sospecha de que vive en el bar. La inmediatez de la sonrisa amigable y sincera nos hizo suponer pronto que la charla sería amena. Ubicar la mesa, con cierto grado de luz para el video. Los ruidos propios del lugar, donde la voz del mozo se suma al motor de un colectivo y al murmullo clásico de una tarde donde las almas buscan su reencuentro.
“Yo nací acá y me crié en un barrio a cuatro horas de acá”… nos sitúa este porteño que regala una visión integradora sobre sus primeros años marplatenses. Y al que descubrimos apasionado por el rock y el tango. No fue difícil entablar el diálogo, ya que pronto comenzamos a preguntar sobre los viajes, las canciones, la mirada del argentino desde el exterior y la causa de los males que un artista debe saber sortear. Ubicado, sereno, integrador, curioso… todo esto y más es Raúl Carnota a la hora de expresar su visión sobre cualquier tema. Apasionado, artista, hombre de buena madera, cancionero buscador entre la brisa que surca el alma. Generoso luchador por la música con identidad, proveniente de un rock bien argentino, capaz de escuchar y expresarse claro y contundente. Así es quien quiso pagar la vuelta. Agradecido como son los que andan su camino sin mirar las marquesinas, siguen siendo “un ángel vagando en la ciudad”.